Esas fueron sus palabras antes de subirse al taxi. Una despedida formal, correcta, carente de cualquier emotividad. Se subió al taxi y sin lanzarme una última mirada le pidió al taxista que arrancara de una vez. Y allí me quedé yo, en mitad de la nada viendo como se alejaba y sin saber hacia donde dirigirme: ¿debería regresar a mi hotel o aprovechar la noche por los garitos de la ciudad? Después de todo era mi última noche y aunque hubiera preferido pasarla con ella tenía el derecho de intentar divertirme. Sin embargo no tenía ganas de fiesta, ni de emborracharme aun así compré una botella de whisky y me dirigí al hotel.
Me serví una generosa copa de whisky, con dos cucharadas de hielo picado, me encendí un cigarro y me senté frente al televisor, sin llegar a encenderlo. Tras fumarme unos cuantos cigarros (el whisky apenas lo toqué) decidí acostarme en la cama e intentar recuperar el sueño perdido en las noches anteriores. Y casi lo consigo pero en mitad de la madrugada me desperté llorando y tembloroso por culpa de un sueño que, aunque no se puede considerar como una pesadilla propiamente dicha, me impidió volver a conciliar el sueño. Estaba nervioso y tras vomitar toda la cena, los nervios me atacan el estomago y me hacen devolver, me bebí el whisky que había dejado a medias para intentar tranquilizarme.
Y llegó la mañana, y llegó el momento de abandonar el hotel, la ciudad y... a ella.
Y mientras el avión despegaba no dejé de pensar en su despedida sabiendo que no había sido una buena noche, que el hasta mañana no se cumpliría porque ya no habría un mañana para nosotros y que los besitos que no me había dado ya no los podría recuperar. Y Pablo, siempre Pablo, para repetirme que de otro, serán de otro... porque es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Bueno, piensa que al menos no se fue sin despedirse... No es que sea un gran consuelo, pero algo es algo, no¿? ;)
ResponderEliminarMuaaaaaaaaaaaaaaa!