jueves, 19 de septiembre de 2013

Presumiendo de locura

Cuando llegué todo el mundo me miraba raro: ¿quién es este? ¿qué hace aquí vestido con una camisa de fuerza y diciendo que está loco? Era el apestado, esa persona que hay que dejar de lado y no mirar a los ojos no sea cosa que te contagie algo a través de la mirada.
Como todo recién llegado a un nuevo sitio necesité mi tiempo para adaptarme. Pero tampoco demasiado ya que la noche es una gran aliada y de madrugada todos los gatos son pardos y yo no pude evitar fijarme en un par de gatitas que con su compañía hicieron más fácil mi adaptación. Poco a poco la gente empezó a perderme el miedo, como si el hecho de cuidar de dos gatitas me convirtiera en mejor persona cuando en realidad eran las dos gatitas las que cuidaban de mi. Y así, sin darme cuenta me fui integrando en una comunidad tan variopinta que mi locura pasó de ser repudiada a pasar desapercibida e incluso ser apreciada por algunos pocos. No todos, por supuesto, pero si los suficientes como para no sentirme fuera de lugar.
Sin embargo más vale caer en gracia que ser gracioso y mi particular sentido del humor, tan irónico y malsonante a veces, no fue entendido por algunos que no aceptaban que no disimulara mi locura y trataron de silenciarme. Curiosamente ahora que estoy en silencio por voluntad propia son ellos los que van gritando a los cuatro vientos que están locos; como si la locura fuera un pin que se pueden poner y quitar a voluntad para lucirla en su almibarada capa roja. Y no, la locura es algo más serio

Locura es - tocar con la punta de los dedos la felicidad y estar al borde del abismo al mismo tiempo

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